Él decía que que pertenecía
al mar, que no se encontraba en ningún otro lugar, que era su materia prima,
que no sabía nadar, pero que ahí debía de estar.
Que tan solo al pegar sus
yemas de los dedos en la arena, se reproducía con la playa, eyaculando un
montón de ideas y sentimientos, que encontrados, hacían de él un monstruo
temperamental y creativo. Sensible.
Que casi volaba cuando se acercaba a oler las olas y al poner los pies en el agua. Salada, algunas veces, tersa y lisa, según él otras tantas.
Y ahí, observando todos los días, la playa, la arena, las palmeras. Los animales, los peces, los cangrejos, se le veía, se le soñaba, se le memorizaba. Y ningún otro lugar en el planeta, o en el universo quizás también, era tan codiciado para él, como el poder ver al sol siendo tragado por el océano, que en azul, guardaba su rebelde e inquietante apariencia.
continuará...
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