martes, 13 de enero de 2015

Soledad, exquisita soledad.

Le faltaba pan en aquella mesa, le faltaba sal a su guisado y azucar al agua. Pero al final, siempre quedaba satisfecho.


Y su corazón gritaba ¡Quédate un poco más! le suplicaba, 5 minutos.

No había tiempo para él, ni para pensar que podría ser posible algún día. Solo había tiempo para resignaciones de un futuro improbable.

Para él, no había mas que ceder, sin intimidar, sin abrazar, sin tocar, sin mirar fijamente, sin sentir que eran vulnerables al contacto... el uno del otro.

Esperar, el día que no hubiera sueños sin resaca, despertares sin cruda realidad, sin el tiempo como antagonista.
A que hubiera una canción para los dos, para alguien y él, que sonara por las tardes mientras el tiempo se convierta lentamente en un aliado de ambas almas. Que funcione como engrane para un mejor día al lado de alguien.

Hoy no estaba más que su propia compañía, un abismo negro que se volvería colorido cada que salía, cada que hacía y deshacía. Cada que soñaba, cada que pensaba y despertaba, cada que comía y bebía lo que le gustaba, cada que al espejo se miraba, se vestía y se desvestía. Algo que él con tanto amor llamaba soledad, exquisita soledad.


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